En el corazón de Galicia
El santuario de Nosa Señora de O Corpiño, está situado en la parroquia de Santa Baia de Losón, que en adelante llamaremos Santa Baia, para no confundirla con su homónima de San Pedro. Pertenece al municipio de Lalín, uno de los seis que configuran la comarca de Deza –que recibe su nombre de uno de los ríos que la cruzan, muy próximo al santuario-, en el extremo septentrional de la provincia de Pontevedra y en las tierras más occidentales de la diócesis de Lugo.
Esta comarca, que tiene sus fronteras naturales marcadas por el río Ulla y el arco de ballesta que con él forman las cadenas montañosas de O Faro y O Candán, limita al norte con la provincia de A Coruña, al este con la de Lugo y al sur con la de Ourense, estando unida a la de Pontevedra por su lado de poniente.
La capital comarcal de Deza, la villa de Lalín, se considera “kilómetro cero” de Galicia, por su situación geográfica y, sobre todo, por ser el principal centro radial de las carreteras gallegas. En cifras globales, la villa tiene unos 10.000 habitantes, el municipio más de 21.000 y la comarca con sus 6 ayuntamiento al más de 50.000.
O Corpiño disfruta, pues, de una situación privilegiada, y estamos seguro de que el hecho de encontrarse en el mismo corazón de Galicia ha contribuido a que este centro marino sea conocido y visitado por devotos de toda la región gallega, y de fuera de ella.
No hay, sin embargo, que alejarse mucho en el tiempo para imaginarnos los sacrificios que habrán que tenido que hacer los peregrinos para llegar hasta el santuario. Cierto que por aquí pasaba un camino real, que buscaba por la falda septentrional del vecino Monte do Carrio el de Santiago –Lugo por la orilla izquierda del Ulla, y dirigía otro ramal hacia el sur para enlazar en Prado con el de Santiago-Ourense; pero es fácil suponer el mal estado de aquellos caminos... Para cruzar el Deza, se recurría en tiempo lejanos al vado natural del Porto do Carrio, y más tarde al puente de tablas construida a corta distancia, río arriba. Los devotos tenías que recorrer un verdadero “camino penitencial”, todo lo contrario de lo que sucede hay, con todas la facilidades para llegar hasta el santuario.
Deza, una tierra antigua
Casi en el centro de la comarca de Deza levanta su espinazo la Serra do Carrio, formación montañosa que se extiende de NE a SO, descendiendo desde su máxima altura nororiental (Penarredonda, o Coto do Castelo, 827 mts.) hasta hundirse en el cauce del río Deza.
En este tramo final, el monte se multiplica en colinas, se abre y descansa en pequeños valles, y propicia tierras de cultivo, roturadas en su día por los primeros pobladores de las futuras feligresías: Anzo, Busto, Losón, Oirós... O Corpiño domina, desde los últimos derrames de la montaña, el cauce del río Deza, que discurre a sus pies, y las tierras transfluviales de poniente.
Dicen los geólogos que la Serra do Carrio es un afloramiento granítico perteneciente a la superficie fundamental de Galicia. Se trata, pues, de una tierra “antigua”, primordial, que además sabemos pisado por el hombre desde hace al menos cuatro o cin mil años, como todo el NO peninsular.
Debemos señalar que en la comarca de Deza hay cerca de un centenar de asentamientos castremos, aunque aquí nos interesan sólo los más próximos al santuario, con objeto de acotar su marco “prehistórico”, que haremos coincidir con el que diseñan las primeras estribaciones de la sierra. Partiendo del castro local de Santa Baia, tenemos al norte los de Bodaño y Oirós, y al sur, los de Anzo y Madriñán; y en la caída opuesta al
monte, los de Méixome, Bermés, Camposantos y Asorei, muy cerca estos últimos del campo de mámoas de Oirós, una de las necrópolis megalíticas más extensas de la Galicia interior. Cerca del Castro de Bermés, en plena montaña, existe asimismo un grupo de mámoas, y cuesta arriba localizado un petroglifo.
La propia iglesias románica de Santa Baia, a un tiro de piedra del Santuario, asegura Álvarez Limeses que fue levantada “sobre una antiquísima necrópolis”. Pudo ser ésta contemporánea del cercano castro local, o pertenecer a una época posterior: ¿romana?, ¿visigoda?... El enclave de O Corpiño preside, en todo caso, un paisaje “humanizado” desde los tiempo más remotos, y nos parece interesante señalarlo, aunque sólo sea para ilustrar la historia local.
Anacoretas, cenobios y monasterios.
La leyenda de O Corpiño, como veremos más adelante, hace arrancar el origen del santuario del cuerpo incorrupto de un santo ermitaño local, uno de los muchos que en diversas épocas (sobre todo en los siglos VI-VII, IX-XII) y con varia intensidad poblaron algunas zonas de Galicia, como las confluencias del Miño-Sil (la clásica “rivoira sacrata”) o del Ulla-Deza. ¿Pero cuándo se produjo tal evento?
Ni siquiera sabemos en qué momento llegó el Cristianismo a estas tierras del interior. Hasta el siglo V, su primitiva historia en Galicia apenas se apoya más que en conjeturas, aunque en la siguiente centuria nos encontramos ya con una Iglesia estructurada en siete diócesis, dependientes de la metropolitana de Braga, una situación consolidada y difícil de haber sido improvisada en unos pocos años.
Ese tiempo de bonanza para los cristianos, bajo los suevos, entre en crisis con la invasión de los visigodos, se recupera tras la conversión de Recaredo, pero se verá dramáticamente roto a principios del siglo VIII por los invasores árabes.
Durante todos esos años, se extiende por Galicia la práctica ascética del monacato, que en mucos lugares se convierte en la única forma de vida para las comunidades cristianas. Lo promueve, primero, San Martín Dumiense, y más tarde, San Fructuoso. Una ermita rodeada de humilde viviendas individuales configura el arquetipo de monasterio fructuosiano, al que a menudo también se acoge la población seglar para realizar en comunidad las faenas agrícolas.
Todo va a cambiar a partir del año 711. La invasión árabe empuja hacia el norte grandes masas humanas del interior de la Península, y los mismos gallegos huyen hacia la costa o se refugian en las montañas. Las tierras quedan despobladas, y así permanecerán largos años, hasta que recobran una relativa tranquilidad, sólo rota por las invasiones por mar, correrías esporádicas o campañas militares de los temidos “mouros”, como la que lleva a Almanzor hasta la tumba del Apóstol en el 997. (Su recuerdo está en la raíz de topónimos como Portorreimouro, nombre del regato que por Santa Baia baja del monte al Deza, y similar al de Portodemouros, en el vecino municipio de Vila de Cruces).
Los eremitorios del Carboeiro y Camanzo
Alejados los invasores, se vuelven a ocupar las tierras abandonadas, y a principios del siglo X asistimos de nuevo en esta zona, sur del Ulla, al resurgir del monacato. Cuando a principios de esa centuria los condes de Deza fundan el monasterio de Carboeiro, al otro lado del río Deza, lo hacen en un lugar ocupado por una ermita, para acoger en él a muchos anacoretas que vivían dispersos por la zona.
Podemos suponer que algo similar ocurrió con el cercano monasterio de Camanzo –de los mismos fundadores-, que casi dos siglos más tarde seguía rodeado por eremitorios, como nos cuenta la “Historia Compostelana”. E idéntico origen habrían tenido otros monasterios menores de la misma zona, como los de Piloño y Brandariz, los vecinos de
Oriós y San Adrián (Santandrao), y el que existió en el “Lesson” medieval, a orillas del Deza: San Martín do Ermo.
(El recuerdo de este último pervive en el topónimo de Sanmartiño, lugar situado en el término de Santa Baia, entre el de Oucido, de San Pedro y la parroquia de Anzo. Y parece oportuno citar aquí un documento de 1171, que reclama para Carboeiro la manda dejada por un clérigo a los monjes de “Ulalia” (Santa Eulalia), que más tarde se habían incorporado a la comunidad del citado monasterio; podemos suponer que el texto se refiere a los habitantes del cenobio de San Martín de Ermo).
Se cree, incluso, que el terror ante el fin del mundo en el año 1000 trajo a Santiago a muchos peregrinos que previamente habían repartido sus bienes entre los pobres; pasada la hora aciaga sin ver cumplidos sus temores, se dispersaron por Galicia para acabar aquí sus días, contribuyendo a aumentar así todavía más la población ermitaña.
Nos encontramos, pues, durante casi toda la Alta Edad Media con las orillas del Bajo Deza sembradas de ermitas, ermitaños, cenobios, monasterios... Un terreno abonado para que en cualquier momento brotara aquí la “leyenda áurea”, en torno a un acontecimiento extraordinario cuyo recuerdo se ha venido transmitiendo de padres a hijos como razón última del santuario.
El santo ermitaño Adrián
En el punto más alto de la sierra, gemelo y vecino de Penarredonda –Coto da Capela se llama-, existió hasta fecha indeterminada una ermita dedicada a San Adrián, con su consabida fuente milagrosa al lado y su romería anual. Al derrumbarse el edificio, la imagen del santo (una tosca talla policromada) fue llevada a al iglesia de Bermés, de la que ha desaparecido hace aún pocos años.
Pero a la fuente siguieron acudiendo las madres de niños con problemas de motricidad, para dejar allí unas monedas y el ex-voto de una prenda del pequeño, y hasta allí subía también el vecindario en procesión con la imagen cuando la lluvia se hacía de rogar.
¿El origen de tal advocación?. Lo recuerda la tradición local. Cuenta que Adrián era uno de los anacoretas que habitaban hace mucho tiempo en la montaña, aunque él destacaba entre todos por su sabiduría y santidad. Dedicado a la penitencia y a la oración, sólo se alimentaba de la leche de una cabra y de la limosna de la gente que a él acudía en busca de consejo. La capilla será el tributo dedicado por los paisanos al recuerdo del piadoso anacoreta, al que ya tenían por santo.
Sea lo que fuere, lo cierto es que el nombre de Adrián quedó impreso en la memoria colectiva de los pueblos aledaños de la sierra, y hay incluso constancia documental de la existencia de un Monasterio de San Adrián do Carrio, sin precisar su exacta ubicación. De él se habla en un documento de 1117, en el que un tal Ares Núñez dona su cuarta parte al de Carboerio, y en 1265, el abad de este último aparece en posesión de la sexta parte del primero, mencionado entonces como de San Adrián del Valle.
No sería aventurado situar este monasterio en la vecina parroquia de Madriñán, siquiera por dos razones: la primera, porque aquí existió en tiempos una capilla dedicada a Nosa Señora do Carrio; y la segunda, porque San Adrián es el santo patrón de la feligresía, también conocida en la comarca como Santadrao.
Con todo lo dicho hasta aquí, hemos querido definir en unas pocas líneas el marco geográfico e histórico del santuario, que en un momento indeterminado surge en un medio “religiosamente abonado” y en una tierra tradicionalmente “sacra”, siquiera por la continuada presencia en ellas de personas consagradas al servicio de lo religioso.
II Los orígenes del Santuario
Cuando una documentación fehaciente no acredita la veracidad de acontecimientos registrados en lejanos tiempos, la historia se transforma en leyenda y la fantasía deforma y desborda la realidad. Aunque hay que decir, sin embargo, que las leyendas, igual que los mitos, casi siempre tienen un fondo de verdad, que las hizo nacer y desarrollarse.
No es fácil desbrozar esos relatos “medianamente históricos” para quedarnos sólo con lo verosímil, y menos aún con lo cierto. Pero hay que acptar que buena parte de la Historia está hecha de tradiciones orales, y a la tradición oral tenemos que acudir también aquí, a la hora de hurgar en los orígenes de nuestro santuario.
No tenemos hoy acerca de él pruebas documentales más allá del siglo XVII, aunque suele decirse, como hace Salgado Toimil, que “ya suena como antiguo en documentos anteriores al siglo XIII”. No sabemos a qué textos se refiere, y de encontrarse estos en el archivo diocesano, cn seguridad los hubiera conocido nuestro ilustre paisano D. Antonio García Conde (Breixa. Silleda 1889-1966), canónigo archivero de la catedal lucense durante casi cuarenta anos; en una nota manuscrita que se conserva en Lugo, Do Anonio confiesa ignorar la antigüedad del santuario, aunque acpta coo seguro que “es sin duda anterior a 1650”.
Tendremos que dar, una vez más, un voto de confianza a ala tradición , y si hemos de situar el origen de la advocación mariana de O Corpiño tres o cuatro siglos antes del XVII, sólo nos falta lamentar que no contase entonces con u trovador local para cantar sus glorias, como el que por aquellos mismos años tuvo en Xoan de Rqueixo, A Virxe do Faro, cuya capilla sigue presidiendo la sierra que separa la comarca de Deza de las tierras del Miño.
No sería en todo caso aventurado situar los orígenes del O Corpiño en esos siglos del románico, en los que también surgieron otros santuarios gallegos que están mejor documentados; y con más razón si tenemos en cuenta que la memoria local hace arrancar esos orígenes nada menos que de la Alta Edad Media.
¿Historia o leyenda?
La tradición que quiere explicar los orígenes del santuario ha llegado hasta nosotros con ligeras variantes, relativas a la fecha en la que se produjo el acontecimiento o al desarrollo de los hechos, pero todas ellas coinciden en lo esencial del relato, que podríamos resumir así:
Hace mucho, mucho tiempo, vivía en un lugar del Monte do Carrio un piadoso ermitaño que empleaba su tiempo en la oración, la penitencia y el fomento de la devoción a la Madre de Dios entre las gentes del entorno, que a él acudían en busca de consuelo y alivio para sus males.
Lo cierto es que un día le llegó la hora de su muerte a nuestro ermitaño, y los paisanos decidieron conservar su cuerpo –que se mantenía incorrupto- en aquel mismo lugar, que se iría convirtiendo poco a poco en un centro de peregrinación, conocido dentro y fuera de la comarca. Pero en esto llegó la morisma, y los cristianos, antes de abandonar sus tierras y sus casas, decidieron esconder aquel cuerpo santo para evitar su profanación, y lo hicieron en una especie de cueva o construcción en ruinas que había en el lugar que hoy ocupa el santuario.
Muchos años más tarde, cuando había sido expulsados los invasores, se repueblan lentamente las tierras abandonadas, no se sabe si con nuevas gentes o por sus antiguos propietarios. Pero lo cierto es que nadie se acuerda ya de aquel santo “corpiño”, cuya
capilla se había derrumbado, y estaba cubierta por la maleza. En descubrirlo estará el milagro.
El relato de las apariciones
Un buen día, cuando dos pequeños pastores estaban vigilando el ganado en el monte que ocupa hoy el santuario, se desencadenó una gran tormenta, con truenos y relámpagos, y se les ocurrió refugiarse en el interior de aquellas ruinas. En un momento, se vieron envueltos en una misteriosa claridad, y pudieron distinguir en medio de aquella luz deslumbrante la figura de la Virgen, con el Niño Jesús en su brazo izquierdo y con un ramillete de flores en su mano derecha. Los pequeños quedaron absortos, y contaron lo sucedido a sus padres, que había acudido en su busca ante su tardanza en regresar a casa. Pero nadie se creyó su relato, hasta que las apariciones se repitieron en días sucesivos, y todo el pueblo pudo comprobar que aquella claridad, en medio de la que aparecía la imagen de la Virgen, se desprendía de una vieja sepultura que asomaba entre la maleza, donde terminaron descubriendo el “corpiño” incorrupto del santo ermitaño.
Sólo faltaba construir en aquel lugar una ermita y ponerla bajo la advocación de Nosa Señora do Corpiño, y esto fue lo que hicieron a toda prisa los vecinos de Losón, mientras la noticia del milagro se extendía por toda la comarca.
¿De quién era “O Corpiño”?
La información recogida en las primeras páginas acerca de la tradición eremítica de estas tierras cercanas al Deza y al Ulla tenías como fin preparar una respuesta a esta pregunta. El fondo de la leyenda es coherente con el marco sociorreligioso en que nace y se desarrolla, y tampoco sería descabellado añadir a renglón seguido que el “corpiño” del relato era el del anacoreta Adrián, tan enraizado en la historia local; aunque pudiera pertenecer a cualquier otro penitente anónimo, de los muchos que moraron en la zona.
Salgado Toimil alcanzo a copiar de un libro parroquial la historia de los orígenes del santuario, cuyo original se encontraría en “el Archivo de Toledo”... En líneas generales su relato coincide con la tradición popular recogida arriba, peor tiene todos los ingrediente y el “aroma” propio de los falsos cronicones de los siglos XVI y XVII.
Dicho texto asegura, por ejemplo, que el ermitaño de la leyenda se llamaba “Luisón” (de donde Losón), y mencionaba incluso los nombres de quienes trabajaban como aforados las tierras en torno a su choza o ermita: Apolinario de Lamela, Cristóbal de Anteiro, la Casa de Abraldes y otros vecinos del Porto do Carrio. Y aunque sitúa las apariciones en un mes de junio de mediados del siglo XII, dice que la “señora de Abralde” tuvo especial protagonismo en el desarrollo de los acontecimientos, sin advertir que el linaje de los Abraldes se incorpora a la Casa de Lamela, en San Pedro de Losón, a finales del siglo XVII... Subraya, además, que los pastorcillos de las apariciones eran de esta última parroquia.
Una variante de la leyenda asegura que el santo varón habitaba en una choza que se había construido con sus propias manos; y otra, que vivía en una ermita que allí existía, y que tenía a su cuidado. ¿Tal vez la citada capilla de San Adrián?
Diremos, finalmente, que en el estudio etnográfico que Vicente Risco aporta a la “Historia de Galicia” de Otero Pedrayo, la leyenda sitúa en el mismo solar del santuario la ermita del santo ermitaño; dice que su cuerpo empezó a ser venerado a raíz de su muerte, a mediados del siglo VIII, y habla después de su extravío durante la invasión árabe, sin tener en cuenta –la leyenda- que los invasores ya había llegado hasta Galicia durante el primer tercio de aquella centuria. Concluye el relato diciendo que las apariciones y la recuperación del “corpiño” se produjo en un mes de junio de mediados del siglo XII.
¿Adrián o Luisón? ¿Una choza o una ermita? ¿En el siglo VIII o en el XII? Lo que importa, en definitiva, es la existencia de una tradición continuada que hace surgir el santuario del cuerpo incorrupto de un santo penitente, que en un momento indeterminado fue devuelto a la veneración de los fieles gracias a la intervención personal de la Madre de Dios.
La “historia” de dos parroquias
Ya queda dicho que hay dos parroquias “de Losón”, las de Santa Baia y de San Pedro, que son fronterizas, y el hecho de que en su línea divisora se levante el santuarios –que está adscrito a la primera de ellas- dio lugar a más de un conflicto entre sus vecinos. No consta escrita en el archivo diocesano una fecha que permita hacer arrancar de ella la partición del “Lesson” medieval en las dos feligresías citadas, y tampoco podemos afirmar que la segunda haya sido segregada de la primera en un momento determinado.
Entre las primeras menciones documentales del topónimo, destaca una del año 1106- El coto de Piloño, perteneciente a la Iglesia de Santiago, abarcaba entonces desde la Serra do Carrio hasta el río Ulla, pero un tal Alfonso Ramirez apareció diciendo que no incluía la iglesias de Santa Eulalia, que le pertenecía a él. Protesto el arzobispo Gelmirez, como nos cuenta la “Historia Compostelana”, pero el asunto no parecía estar muy claro, ya que en 1116 la reina Doña Urraca dona a la sede del Apóstol aquella iglesia, cuyo dominio abarcaba entonces una franja de tierra que se extendía desde el río Deza hasta el Arnego por la fada septentrional del “monte Karrión”.
Queda así adscrita la villa de Losón al coto de Piloño, pero las propiedades cambian de manos con facilidad, y terminará dependiendo, al menos en parte, del monsterio de Carboeiro. En 1175, cuando éste último está resurgiendo con su nueva fábrica románica, Pedro Alfonso dona a su abad Fernando una cuarta parte de Santa Eulalia de Losón, a cambio de ser admitido en la comunidad como un hermano más...
Una fecha importante en la historia local es la figura en una inscripción latina grabada en uno de los contrafuertes de la iglesia parroquial: “Orad, hermanos, por el amor de Dios, por el alma de Pedro, pecador, que fundo esta iglesia. Era 1204” año 1167); o la escrita en el interior del templo, correspondiente al año 1171, que sería el de su construcción. Entre las partes que conserva de aquella primitiva fábrica románica, destaca su bellísimo ábside pentagonal, con la traza original de sus ventanales, columnas, capiteles y otros elementos ornamentales.
La presencia de Carboeiro
En cuanto a San Pedro de Losón, conocemos algunos documentos medievales que mencionan lugares de su término, también con la presencia de Carboerio: en 1143, Alonso Pérez dona al monasterio la propiedad que tenía en Fervenza; en 1263, el caballero Pedro Tizón le manda el casal del ya mencionado San Martín do Ermo... Pero la primera vez que un texto habla de la “feligresía de San Pedro de Losón” es de 1413, cuando el abad Alfonso afora los lugares de Fervenza y San Marín do Ermo, “con su ermita”.
¿Acaso se refería el texto a la capilla del futuro santuario? No parece probable, ya que el casal de San Marín estaba a orillas del Deza, y es más probable que el texto se refiera a la capilla del primitivo cenobio. Lo que sí parece estar claro es que las aldeas de la actual parroquia de San Pedro, incorporadas a Carboerio por sucesivas compras, mandas y permutas, terminaron formando un coto del monasterio, base de la “feligresía” que hemos visto citada en 1413, y que estaría atendida por los monjes vecinos, al menos hasta finales del siglo XV, cuando la histórica abadía queda reducida a priorato, y sometido a la autoridad compostelana de San Marín Binario.
La formación y desarrollo de la pequeña comunidad a la sombra del monasterio explica el tipo de patronato al que será sometida más tarde su iglesia y curato. Es conveniente recordad que ese tipo derechos de presentación se generalizan a raíz de la reforma de las casas religiosas en torno al 1500, y mientras el patronato de Santa Baia perteneció tradicionalmente a los Taboada, hasta recaer en la Casa de Lemos y finalmente en la de Alba, el de San Pedro fue siempre de la Corona, es decir, se trataba de un “patronato real”, algo muy frecuente en las parroquias independizadas de los monasterios tras la citada reforma de éstos, promovida por los Reyes Católicos.
Aunque la pequeña iglesia local presenta algunos elementos de evocación románica, en el mejor de los casos pudieron haber pertenecido a la primitiva capilla del coto, levantada por los monjes para sus colonos, y que sería reconstruida y ampliada posiblemente a raíz de su erección como parroquia diocesana, o algún tiempo más tarde.
“A porta de San Pedro”
Nos hemos detenido, quizá en exceso, en las anteriores consideraciones porque la tradición insiste, como ya queda apuntado, en subrayar el protagonismo de la comunidad de San Pedro en la génesis de O Corpiño: que si la choza del santo ermitaño estaba en tierras trabajadas por sus vecinos, que si los vecinos eran asimismo los zagales de las apariciones, oque la costumbre de subir de rodillas la cuesta del santuario recordaba el sendero que recorrían los niños del milagro.
Es posible que el solar del santuario haya pertenecido en tiempos remotos a una aldea de San Pedro, de no encontrarse en monte comunal, pero lo cierto es que en algún momento la historia tomó un rumbo distinto al que marcaba la tradición, y de eso hace almenos más de trescientos años. Salgado Toimil dice haber leído una sentencia distada en 1693, de la que habría partido la atribución definitiva del futuro santuario a la parroquia de Santa Baia, y podemos suponer fue a raíz de tal resolución cuando se les concedió a los feligreses de San Pedro el privilegio -¿cómo un compensación?- de tener una puerta exclusiva para ellos en el tempo, en su pared meridional. En la primera ampliación del santuario se respetó dicha puerta, fue tapiada al transformar la nave en crucero, pero se recuperó en su fachada al darle planta basilical. Es la que se abre a la derecha de la entrada principal, y sigue siendo conocida como “a porta de San Pedro”.
Se trata de una especie de solución “salomónica” para un viejo litigio. Unos dicen que la primitiva capilla se levantaba en el término de Santa Baia, y otros que en el de San Pedro, y que fue a raíz de su ampliación cuando invadió el territorio de la parroquia limítrofe. La prueba de ella está en que la línea fronteriza entre ambas feligresías sigue cruzando el santuario: entra por el brazo sur del crucero y sale por la esquina opuesta de su fachada principal,; lo que permite definir la situación como un caso claro de amistosa propiedad compartida.
La “señora de Abraldes”
En la tradición referida a la remodelación del santuario a mediados del siglo XVIII, se cita a menudo a una dama de la hidalguía local, la “señora de Abraldes”, de la que se dice tenía una gran devoción a la Santísima Virgen, y debió desempeñar un papel importante (sin descartar su apoyo económico) en la construcción de la nueva capilla.
Ya desde el siglo XVI, había empezado a destacar en las dos parroquias de Losón sendas familias hidalgas, que compartían unas raíces comunes en la antigua y poderosa Casa de Pedroso, de la vecina parroquia de Oirós, y las armas de los Taboada en sus escudos.
Primero aparece sen Santa Baia el llamado “señorío de Brenzos”, fundado por Gómez Taboada do Carrio, y poco después la Casa de Lamela, en San Pedro, que pasa de
los Ojea de Albán a los Mosquera, y después a los Taboada, apellido importado de Liñares en la persona de Vasco Taboada, con sepulcro y estarua orante (1637) en la iglesia de Santa Baia. Compiten ambas familias en influencia y propiedades durante el siglo XVII, pero la primera de ellas desaparece a principios del XVIII, y la segunda ya había tomado unos años antes el apellido de los Abraldes, procedentes de las tierras del Ulla.
La vieja casona de este último linaje todavía se mantiene en pie, aunque maltrecha en su estructura ymuy reducida en sus dimensiones, en el lugar de Lamela, de la parroquia de San Pedro; pero sí conserva su escudo y –lo que es más importante para nuestra historia- su pequeña ventana angular. Asomada a su alféizar, dicen que contemplaba la “señora de Abraldes” la imagen mariana que había mandado colocar en la fachada del santuario (que hoy ocultan a la vista los pinos y los eucaliptos), y junto a ella quiso guardar, ya anciana, el momento de su muerte. Algo hermoso y entrañable, tal como lo cuenta la tradición local.
De humilde capilla a gran santuario
El imponente edificio que alberga el santuario de Nosa Señora de O Corpiño habla por sí sólo de la munificencia de sus rectores y, sobre todo, de la generosidad de sus devotos, ya que gracias a ellos fue posible transformar la antigua y humilde capilla de la “Santa” en todo un monumento de la arquitectura neoclásica, que impresiona por su solidez y sus dimensiones, y también por su singular diseño.
La nueva capilla fue concebida inicialmente como una sola nave; adquirió después forma de cruz latina, y finalmente se le añadieron dos naves laterales, dotándola de planta basilical. Y todo ello, en el transcurso de poco más de cien años.
Se dice que la figura pétrea de la Santísima Virgen que preside su fachada es el único recuerdo que se conserva del primitivo edificio; aunque también cuenta la tradición local, como ya queda dicho, que esta imagen fue pagada en el siglo XVIII por la “señora de Abraldes”. Y podríamos aventurar incluso, resumiendo esta líneas introductorias, que la transformación de la vieja capilla en el gran santuario se debió en su inicio a la generosidad económica y al fervor religioso de esta dama, secundada por el entusiasmo del párroco, y por supuesto con el apoyo prestado por el obispo diocesano Gil Taboada, emparentado con los patronos del curato de Santa Baia (en su recuerdo, se erigió en el templo un altar con la imagen del santo de su nombre, san Cayetano). El creciente poder de convocatoria de la advocación mariana a O Corpiño y las ofrendas de los fieles haría todo lo demás, hasta la conclusión de la basílica que contemplamos hoy.
Primera fase /1742-1768): una sola nave
Por los libros parroquiales de fábrica, podemos saber que la primera fase de la construcción de la “capilla” actual, que se prolongaría durante un cuarto de siglo, dio comienzo hacia 1740, en pleno siglo del esplendor barroco: el monumental de Compostela, el de los monasterios del Císter, el de las iglesias rurales o el de los “pazos” hidalgos. También fue el siglo de los grandes santuarios, como ya queda dicho.
El entonces párroco, donAndrés de Villanueva, encomienda el inicio de las obras al contratista Francisco Fontenla, que tiene como maestro cantero a Paulo Solla. Y poco años después, en 1745, don Cayetanos Gil Taboada (obispo de Lugo des de 1735, natural de Barcia, Laín, y pariente de los Taboada de Liñares, patronos de la parroquia de Santa Baia) ordena construir la capilla mayor, “arqueada de bóveda”, el camarín de la Virgen y la sacristía.
En 1763, el obispo Sáenz de Buruaga manda culminar la obra de los tejados, y un lustro más tarde, es ajustada la construcción de los tres arcos del cimborrio y de la cúpula.
Esta última, quizás el más atractivo alarde arquitectónico del santuario, está terminada en 1768, siendo rector don Andrés de Castro.
Segunda fase (1782-1803): planta de cruz latina y torre
Otros diversos trabajos se irán llevando a cabo en el edificio, sin pausa, peor también sin prisa, ua que su ritmo lo marcan los recursos económicos disponibles. En 1773, el obispo Armañá anima al rector a que les dé un nuevo impulso, peor no hay constancia de su reanudación hasta la década siguiente.
Las limosnas de los fieles, o quizá algún donativo especialmente generoso, permiten al rector del santuario, don Juan Gil y Taboada, ampliar el proyecto inicial del santuario como una nave transversal. De la construcción de las capillas frontales del crucero y de una nueva sacristía se encarga Francisco Filloy, un maestro cantero de la vecina parroquia de Madriñán.
A estos años pertenecen asimismo las puerta laterales de la capilla y la llamada “casa del santuario”, situada al borde del atrio. Y ya sólo faltaba terminar la coronación de la fachada, lo que hace el cantero Blas Carballo en 1802-1803, levantando sobre ella la esbelta torre de dos cuerpos que hoy contemplamos.
Tercera fase (1867-1872): planta basilical y fachadas
El poder de convocatoria que adquiere el santuario durante la primera mitad del siglo XIX hace insuficiente su capacidad para el creciente número de peregrinos que a él acuden.
La advocación de Nosa Señora de O Corpiño es conocida ya en toda Galicia, y hasta su altar llegan “ofrecidos” procedente de pueblos y ciudades cada vez más alejados. Aumentan asimismo los donativos de los fieles agradecidos, y esto permitirá dar el paso definitiva hacia el embellecimiento del santuario.
Se le va a dotar de mayor capacidad interior, y su exterior se verá totalmente transformada, en un intento de darle “grandiosidad” arquitectónica. En 1867, el entonces rector, don Luis Fondevila, decide dotar al templo de planta basilical, y ante la necesidad de ensanchar para ello su fachada principal, de acuerda remodelar también la fachada posterior. Así surgen en ambos frontales la parejas de columnas, adosadas unas y exentas las otras, que estaban en principio destinadas a sostener en la cuatro esquinas del edificio dos pares de torres gemelas.
No sabemos si este proyecto de ampliación y mejoras fue obra del párroco o se dejó en manos del maestro cantero, pero lo cierto es que su autor mezcló diversos estilos y optó por formas y soluciones arquitectónicas que parecen elegidas sobre la marcha de las obras.
Obras menores
Podemos decir, en cierto modo, que la construcción del santuario se prolongó durante más de dos siglos, en etapas muy espaciadas, para añadir seguidamente que en todo ese tiempo los rectores sucesivos no se limitaron sólo a ampliar o hacer más esbelta la fábrica del templo. Además de dotarlo de altares y de hermosas imágenes, lo enriquecieron con valiosos ornamentos y mobiliario litúrgico, que despertarían más de una vez –y lo siguen haciendo hoy- el interés de los amigos de lo ajeno.
Para realzar la estampa del santuario y facilitar la estancia de los peregrinos, sobre todo en las grandes concentraciones, en su entrono se llevaron a cabo diversas mejoras. Hacia el año 1800, el párroco Juan Gil construyó la llamada Casa del Santuario, para servicio del mismo; y en 1900, Antonio Blanco culminó la obra del atrio, con su elegante escalinata de acceso. Se cuenta que para elevar la plataforma que rodea el templo hasta la
base de sus muros hicieron falta mil carros de tierra y piedras. Con ocasión de esta obra, fueron retirados los confesionarios de piedra y distribuidos en en entrono del santuario.
El primer reloj instalado en la fachada posterior del santuario lo fue en 1863, pero su maquinaría sería sustituida por una de repetición en 1913. Las habitaciones que se encuentran en la parte superior de esta fachada, con dos balcones de historiados herrajes, fueron construidas hacia 1870, dentro del proyecto de obras de la transformación del templo en basílica, y serían habilitadas posteriormente –con colchonetas y una chimenea para las noches de invierno- para los adoradores nocturnos del Santísimo Sacramento, una asociación que en tiempos hizo de O Corpiño un centro de intenso fervor eucarístico.
Diremos, finalmente, que el hermoso camarín que alberga la imagen de Nosa Señora fue inaugurado en 1851. Lo corona la figura de San Juan Bautista, y está flanqueado por las de los arcángeles San Rafael y San Gabriel y en la parte más baja San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen. De la misma época son los púlpitos, y la cornisa del presbiterio, en la que destacan las figuras simbólicas de las virtudes cardinales.
El ceremonial de la fe
Es sabido que la fe necesita a menudo para manifestarse un soporte, un vehículo de expresión que la haga patente, y ello explica la gestación de los ritos, que terminan por configurar lo que globalmente definimos como liturgia, en el más amplio sentido de esta palabra.
En cierta medida, podemos decir que así como cada celebración religiosa tiene su propio ritual, con diversas variantes y frecuentes innovaciones, asumidas de tiempo en tiempo o promovidas por la Iglesia, también cada santuario ha venido configurando a través de los tiempos su propio ceremonial, que termina formando parte de la liturgia local.
El ritual que siguen los devotos de O Corpiño, heredado, como no, de los antepasados, no se distingue en líneas generales de los establecidos en otros centros de peregrinación (contacto físico con las imágenes, ex-votos, imposición de estampas, medallas y escapularios, abluciones, etc.), pero tiene peculiaridades que merece la pena señalar, y que dividiremos en dos grupos, las que se realizan durante el camino de la peregrinación, o fuera del templo, y las que se llevan a cabo en el interior de este.
Conviene advertir, en todo caso, que buena parte se trata de una “liturgia” formada por la devoción popular y transmitida de padres a hijos, como un sencillo medio de expresión de los sentimientos y deseos que abriga el peregrino que se acerca al santuario.
Los ritos del camino
En tiempos pasados, la falta de medios de comunicación y el mal estado de los caminos obligaba a los romeros de O Corpiño a iniciar el viaje varios días antes de la fiesta grande de junio. Algunos de los “ofrecidos” rendían una visita previa al Santuario de Nosa Señora dos Desamparados (con fiesta el día primero de mayo), fundado en el siglo XVIII en la parroquia de Abades (Silleda) por un sacerdote de origen valenciano; y también eran muchos los que hacían de rodillas el último tramo del camino, casi un kilómetro, una manifestación penitencial que todavía podemos contemplar hay, aunque sea con un recorrido más corto.
Otra práctica frecuente entre los peregrinos es la de dar nueve vueltas al santuario, asimismo de rodillas. Como es asimismo habitual entre ellos acercarse a la solitaria ermita de Nosa Señora de Montouto, situada en los derrames del Monte do Carrio, para rezar allí el santo rosario dando nueve vueltas en torno a la ermita, y también beber, lavarse y hacer provisión del agua de la fuente que brota bajo sus muros, a la que se le atribuye además un especial valor curativo para eliminar las verrugas.
Es de sobra conocida la importancia del agua en el ritual de los santuarios, y la tradición incorporó en su día al de O Corpiño la fuente de Montouto, sobre la que fue construida a finales del siglo XVIII la citada capilla, de notables proporciones, dedicara a Nosa Señora das Dores.
El ritual de la ofrenda
El desarrollo de la ofrenda de los fieles dentro del santuario sigue las pautas que marca la liturgia de la Iglesia: Santa Misa, Penitencia, Comunión..., con el complemento de las oraciones propias de la devoción mariana. Pero la tradición también ha fijado unos ritos para los “ofrecidos”, centrados en el rociado con agua bendita, imposición de los Evangelios y en especial la veneración y contacto con la Reliquia. Es creencia heredada de los antepasados que esta última es un trozo del velo de la Virgen María, traído de Roma a principios del siglo XIX, con la correspondiente Bula S. S.; y hemos de señalar que el relicario fue la única pieza de valor respetada por la banda de “faciosos” que el primero de mayo de 1837 desvalijaron el tesoro del santuario, con el supuesto fin de financiar la defensa de la causa carlista...
(Según los libros de la fábrica, otro robo importante lo sufrió la capilla en 1741, cuando los ladrones se llevaron, entre otros objetos de valor, el primitivo relicario y las joyas de la imagen. El último de los tres relicarios, con sendas reliquias que llegó a tener el santuario fue sustraído hace unos diez años, pero se pudo salvar la reliquia gracias a que la llevaba siempre consigo el rector o la tenía oculta en su casa).
La adquisición de medallas, rosarios y escapularios, la ofrenda de misas y de velas, la entrega de joyas para la imagen mariana, de donativos para el culto, o de ex-votos de todo tipo, constituyen otras tantas formas de solicitar o agradecer los favores de la Madre de Dios.
La procesión en torno al santuario, sobre todo en los días señalados, resume y clausura todo el ceremonial de la fiesta religiosa. En la actualidad se desarrolla d forma más sencilla, pero los más viejos todavía recuerdan el esplendor y barroquismo que revestía en tiempos pasados, por el número de imágenes procesionales, el colorido de los pendones y estandartes, y la vistosidad de los distintivos que mostraban los miembros de las diversas cofradías y asociaciones parroquiales.
Las fiestas grandes del santuario se celebran el 23 y 24 de junio, pero también son importantes las del 1º de mayo y la del 25 de marzo, popularmente conocida como 2º Corpiño de Invierno”.
“As doenzas do esprito”
Son muy numerosos los casos de pacientes que llegan al santuario aquejados de problemas relacionados con la movilidad de las extremidades, que se deben casi siempre a lo que en Medicina se conoce como “parálisis histérica”, o los que vienen en de demanda de favores de tipo económico, crisis familiares, etc. Durante la sangrienta Guerra de África, y también en la contienda civil del 36, se hizo habitual entre los llamados a filas pedir la ayuda de Nosa Señora de O Corpiño para regresar a casa con vida, con constantes novenas y ofrendas de los familiares durante su ausencia.
En las manos de Dios podemos depositar todos nuestros problemas, nuestras dolencias y nuestras angustias, y en O Corpiño lo hacemos preferentemente mediante la intercesión de su Santa Madre. Pero son las dolencias del espíritu, las enfermedades del alma las que atraen a un mayor número de “ofrecidos” al santuario; los que muestran las patologías que, en sentencia vulgar, “non poden curar os médicos”. Con tal diagnóstico resume la tradición toda la variedad de los problemas psíquicos que los fieles ponen a los pies de la Santísima Virgen. Por ello, aparte de otros males y dolencias físicas, es de sobre
sabido que la taumaturgia de O Corpiño se dirige especialmente a las personas aquejadas de dolencias que tienen algo o mucho que ver con la salud mental.
La lengua gallega dispone de un amplio vocabulario para identificar tales enfermedades, pero aquí citaremos sólo las más socorridas: “a gota” (diversas forma de epilepsia), “o meigallo” (embrujamiento), “mal de ollo” (aojamiento), “mal dos nervos” (depresión) y “ramo cativo” o “endiañamento”, (la posesión diabólica, o de espíritus malignos).
En cuanto al último de estos fenómenos, es de sobra conocida la extrema cautela que pone la Iglesias a la hora de “diagnosticarlos”, así como las estrictas condiciones que exige a quienes solicitan llevar a cabo un exorcismo. Pero no sucedía lo mismo en tiempos pasados, y ello contribuyó sin duda a banalizar un asunto tan serio e inquietante, y a que todavía sea tratado a menudo con excesiva frivolidad. Aquí sólo queremos dejar constancia de que la posesión diabólica como tal existe, y añadir seguidamente que doctores tiene la Santa Madre Iglesia...
“En el nombre del Señor Jesús”
Entre los poderes que Jesús otorga a los Apóstoles cuando los envía a predicar el Evangelio, figura el de “expulsar los demonios”, invocando su Nombre: con la oración y la imposición de manos. Y entre los milagros realizados por el propio Jesús durante su vida pública, hay varios que lleva a cabo con hombres “poseídos del demonio”, o que le son presentados como tales.
Conviene advertir, sin embargo, que poseso no quiere decir en el Evangelio un hombre pecador, sino alguien que no es él mismo y muestra señales de espantosa locura y frenesí; y muchos posesos son presentados al Señor como enfermos, lo que sucede en el caso del joven del que se dice sufre “epilepsia” (Mateo 17,15). Quiere esto decir que en el lenguaje evangélico enfermedad y posesión no son cosas tan distintas como tal vez nosotros imaginemos.
Jesús veía la acción del demonio lo mismo en una columna vertebral torcida que en los gritos solitarios “en los sepulcros y en los montes” (Marcos 5,5): pero en el último de estos casos se enfrenta directamente al Maligno, porque aquí no era atacado el cuerpo del hombre, sino su espíritu.
En una ocasión, Jesús liberó a un pobre poseso, y permitió luego que los espíritus (que se llamaban “legión”) entraran en una piara de cerdos, que se precipitaron en el mar; pero el verdadero signo no estaba en el comportamiento espectacular de los cerdos, sino en lo que el evangelista dice a continuación: “Lléganse a Jesús (los gerasenos) y ven al endemoniado, el que había tenido toda aquella legión, sentado ya, vestido y en su sano juicio” (Marcos 5,15). Un hombre curado: he ahí el verdadero signo. Así se manifestaba el Hijo el poder y la bondad de Dios Padre.
Y una reflexión final
A punto de inaugurar el tercer milenio de la era cristiana, abiertos a un mundo sin fronteras (globalizado, se dice ahora), y en medio de una sociedad en la que la masa desfigura y manipula cada vez más a la persona, el cristiano tienen que replantearse cada día el sentido de su vida y de su fidelidad a la fe, y saber discernir, en el barullo que le rodea, entre la voz de la Verdad y los “cantos de sirena” que le aturden en todas partes y por todos los “medios”.
Inquietud, dudas, preguntas y más preguntas cuya respuesta sólo podrá encontrar dentro de sí mismo, con la ayuda de la fe, en el silencio de la oración sin palabras, en la soledad del alma abierta al misterio de Dios.
En su última visita al santuario de Fátima para beatificar a los pastorcillos de las apariciones, el Santo Padre recordaba a los fieles la oración de Jesús: “Te bendigo, Padre, porque has tenidos escondidas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños”; y la advertencia evangélica: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos”.
Fátima, Lourdes, La Saleta... Hay una constante histórica en el origen de los grandes santuarios, también confirmada en O Corpiño, que no hace más que proclamar las condiciones más idóneas para el encuentro con el Misterio: la soledad de los montes, la sencillez de los pastores, la inocencia de los niños.
Silencio, sencillez e inocencia. Este es el mejor vestido del alma para entrar en el santuario, para ponerse en las manos de Dios y depositar nuestras miserias en el regazo de su Santa Madre. Es cierto que el hombre no puede ni debe renunciar a su capacidad de razonar que Dios le ha dado, pero también aquí podríamos parafrasear aquello de que ”hay cosas del corazón que la razón no entiende”. El ser humano está lleno de misterios que todavía no ha logrado explicar la ciencia.
Siempre nos quedará la duda. Pero, como alguien dijo, la fe es un don de Dios que nos hace capaces de superar nuestras dudas. Y esa virtud teologal es imprescindible para penetrar en el espacio sagrado, y a menudo inquietante y hasta misterioso, del santuario de Nosa Señora de O Corpiño.
ORACIÓN DE LA NOVENA
“Oh clementísima Señora, madre nuestra celestial
de O Corpiño, en cuya imagen hace resplandecer Dios su
poder, su bondad y su misericordia!.
Yo me pongo bajo amparo y te entrego toda mi
vida, especialmente a la hora de mi muerte.
¡Oh María, llena de gracia, hija del Padre, Madre
del Verbo, Esposa del Espíritu Santo, compadécete de mí,
miserable pecador, que ante tu imagen imploro tu maternal
protección!
Ruega por mí Santísima Virgen de O Corpiño, a tu
unigénito Hijo -Jesús- para que me conceda lo que pido de
esta novena, si fuese de su agrado, logrando así mi
salvación.
Para alcanzar tu mediadora intercesión y en honra
de las tres divinas personas rezaré tres veces, con todo mi
corazón, la oración del Padre Nuestro con la del Ave
María.
(Se rezan tres Padrenuestros y tres avemarías).
Desde mediados del siglo XVIII, en que el obispo de Lugo
Monseñor Sáenz de Buruaga (1762-1768) concedió cincuenta días
de indulgencia a los fieles que rezasen devotamente un Avemaría
o una Salve ante una imagen de Nuestra Señora de O Corpiño, la
mayoría de los prelados lucenses han renovado la concesión de
esta gracia.
Así lo hicieron los obispos Armañá y Aguirre, en la según-
da mitad de aquella centuria, monseñor Murúa a finales del XIX, y
Basulto, Rey Lemos, Balanzá y Fr. José Gómez en el siglo XX.
Cántigas de NOSA SEÑORA DE O CORPIÑO
A capilla do Corpiño
ten na porta unha santiña
que mira pros seus romeiros
como suben a costiña.
Miña Virxe do Corpiño,
alabada sexa Ela.
Ela é a miña madriña,
¡ eu son afillado dela.
Viva a Virxe do Corpiño
orgullo da nosa terra,
que librou a moitos quintos
de dura morte na guerra.
¿Quen é aquela Señora
que vai por aquel carreiro,
É a Virxe do Corpiño
que vai ver a do Cruceiro.
¿Quen é aquela Señora
que vai por aquel camiño?
É a Virxe do Cruceiro
que vai ver a do Corpiño.
Miña Virxe do Corpiño,
este ano alá non vou,
que pola falta dos cartos
moita xente se quedou.
Fun a O Corpiño de lonxe
sin preder a foliada,
volverei de longas terras
soilo por vos ver a cara.
Fun a O Corpiño de lonxe
fun aló, hei de volver:
quedoume a miña monteira
no seu altar por coller.
Adiós Virxe do Corpiño,
miñas costas che vou dando,
aínda que a car vai rindo
o corazón vai chorando.
Adiós monte Corpiño
e parroquia de Losón
anque te perdo de vista,
lévote no corazón.
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